Esta es la historia de una señora que había tomado la decisión de hacer algo por su prójimo. Sus amigas la invitaron a participar en un grupo de voluntariado que visitaba a las mujeres de la cárcel y les enseñaban alguna manualidad para que las reclusas las vendieran y tuvieran algún ingreso. Era una bonita labor. La señora estaba muy entusiasmada porque sabía elaborar pantuflas con encaje, que seguramente las internas aprenderían a hacer con facilidad y ella quedaría más que satisfecha con su buena obra.
Iba gustosa y encantada. Nunca se había sentido tan realizada, pero sucedió que un día algunas de esas mujeres no estaban de humor para hacer pantuflas y no solo se negaron a participar sino que ofendieron a la señora menospreciando su buena voluntad y burlándose de ella.
La señora regresó a su casa triste y decepcionada. Enseguida informó a sus amigas que renunciaba al grupo de voluntariado, pues no estaba para perder el tiempo con personas que no apreciaban su esfuerzo y dedicación. ¡No valía la pena!
Y esta otra historia es la de una señor muy rico que habiendo llegado a cierta edad madura y consolidado su riqueza, sintió un ligero vacío en el alma y decidió que tenía que hacer algo por su comunidad. Cuanto donativo le era solicitado, accedía a proporcionarlo con rapidez. Su fama de hombre altruista y generoso empezó a crecer en el pueblo. Se hinchaba de felicidad sintiéndose bueno y se extasiaba en los rostros de la gente que le miraba con agradecimiento.
¿Qué podían tener en común estas dos historias? Podían parecer muy diferentes y hasta se podría decir que a uno le fue mal y al otro bien. Pero la base de ambos relatos está en los motivos que tiene cada personaje para actuar.
Todos los humanos nos movemos llevados por alguna motivación. La primera y básica es la del nivel de subsistencia. El ser humano tiene que saciar sus necesidades como: comer, beber, descansar y todo lo que tenga que ver con la sobrevivencia. Después, tiende a satisfacer su nivel de afectividad: sentirse aceptado en la familia, con sus amigos, en el trabajo y en general en la sociedad en la que vive.
Los personajes de las dos historias buscaron su motivación en el nivel de aceptación. En el caso de la señora hay una decepción al no encontrar reconocimiento y aprecio. Como su motivo era débil, no puede superar su desencanto y frustración. La situación del señor no ha sufrido decepción alguna, pero sus motivos siguen siendo pobres porque están ligeramente envueltos en vanidad. ¿Estaría dispuesto este señor a dar parte de su tiempo si fuera necesario, o se limita a dar dinero porque piensa que con eso es suficiente?
Hay motivaciones más elevadas. Si continuamos con los niveles del desarrollo humano tenemos que: posteriormente aspiramos a adquirir conocimientos, adiestramiento o técnicas. Cuando las perfeccionamos llegamos al nivel de excelencia y se podría pensar que aquí concluye el desarrollo de las potencialidades o bien que las motivaciones empiezan a llegar a su fin.
Una gran mayoría cree que tener estudios y títulos es la máxima aspiración, pero qué pasa con nuestros impulsos, carácter y emociones?, ¿De qué le sirve a un individuo hablar cinco idiomas, manejar las técnicas computacionales y ser un erudito en ciencias biológicas si no puede tener control sobre su misma persona?. Entonces hay que subir al nivel de pertenencia. Aquí se ejercita la voluntad conjuntamente con la inteligencia para lograr un dominio de sí mismo. Si un reconocido científico o un afamado pintor se enfrenta a un problema utilizando ira, injurias y agresión es que no está a la altura de este nivel. Aún el tener conocimientos no es suficiente, hay que autoposeerse para pode brindar esa generosidad humana.
Solo así se puede alcanzar el último nivel, que es el de la trascendencia. Las personas que logran salir de sí mismas para darse a los demás, por la convicción de que es nuestro deber ayudar a nuestra comunidad y sin interés de recompensa, han llegado a la cúspide de los niveles del desarrollo humano.
El ser humano se la pasa oscilando en esta jerarquía de escalones.
Muy pocos llegan a vivir la trascendencia. Los motivos que nos mueven se pueden ubicar en cualquier nivel, de éste depende que sea una motivación fuerte y duradera.
Hay que estar realmente convencidos y tener motivaciones elevadas para lograr nuestros propósitos.
Desconozco el autor, llegó a mis manos durante le introducción a un curso de Matemáticas y me encantó, por eso lo comparto!
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